[:es]Alan Watts sobre Carl Jung: Poniendo fin a la guerra civil que habita dentro de ti[:]

[:es]Hace tiempo encontré uno de los discursos más impresionantes que había escuchado, de Carl Jung, sobre la importancia de la aceptación sin prejuicios y cómo a través de los demás, podemos integrar nuestra sombra y poner fin a lo que él llama «la guerra civil de nuestro interior».

Alan Watts describió esta charla como uno de los discursos más importantes y significativos de Carl Jung y creo que con razón, fue impartido en Suiza a un grupo de religiosos a mediados del siglo XX. En este texto el propio Watts relata su interpretación del contenido y enseñanzas de Jung, además de detalles de su relación personal con él.

No he encontrado una buena traducción de este texto en español, así que he decidido crear este post para ponerla a disposición de todas las personas de habla hispana que sienten fascinación sobre las enseñanzas de Jung y el legado de Alan Watts, espero que la encuentres tan útil como me fue a mí en su día:

Creo que el aspecto más importante de Jung que pudo resaltar es que fue capaz de señalar que en la medida en que condenas a los demás y encuentras el mal en los demás, en ese grado también eres inconsciente de que lo mismo habita en ti, o al menos la potencialidad de ello. En el mundo puede haber Eichmanns, Hitlers y Himmlers solo porque hay personas que son inconscientes de sus propios lados oscuros y proyectan esa oscuridad hacia afuera, digamos en los judíos o en los comunistas o lo que sea el enemigo y dicen «ahí está la oscuridad, no está en mí» y por lo tanto, debido a que la oscuridad no está en mí, estoy justificado para aniquilar a este enemigo, ya sea con bombas atómicas, cámaras de gas o lo que haga falta.

Pero en la medida en que una persona se vuelve consciente de que el mal se encuentra tanto en ella misma como en el otro, en ese mismo grado no es probable que lo proyecte sobre un chivo expiatorio y cometa los actos de violencia más viles sobre otras personas.

Ahora bien, esto es para mí lo principal que vio Jung: que para admitir y realmente aceptar y comprender la maldad en uno mismo, uno tenía que ser capaz de hacerlo sin convertirse en enemigo de ella. Como él mismo dijo, «tienes que aceptar tu propio lado oscuro» y él tenía esto de manera preeminente en su propio carácter.

Tuve una larga conversación con él en 1958 y me impresionó enormemente un hombre que obviamente es una persona extraordinaria, pero al mismo tiempo con quien todos pueden estar completamente a gusto. Hay tanta gente extraordinaria en el intelecto o en lo que llamamos santidad con la que el individuo ordinario se siente más bien avergonzado, como si estuviera sentado en el borde de su silla y fuese inmediatamente juzgado por la sabiduría o la santidad de esa persona.

Jung logró tener sabiduría y creo que también santidad de tal manera que cuando otras personas llegaban a su presencia no se sentían juzgadas. Se sintieron elevados, alentados e invitados a compartir una vida común y había una especie de brillo en los ojos de Jung. Me daba la impresión de que era consciente que él mismo era tan villano como cualquier otro hijo de vecino. Hay una bonita palabra alemana Hintergedanke, que significa un pensamiento en lo más recóndito de tu mente.

Jung tenía un hintergedanke en el fondo de su mente que se vislumbraba en el brillo de sus ojos. Que mostraba que era consciente y reconocía lo que a veces he llamado el elemento de picardía irreductible en sí mismo y lo sabía tan fuerte y tan claramente y de una manera tan amorosa que nunca condenaría lo mismo en los demás y por lo tanto no sería inducido a esos pensamientos, sentimientos y actos de violencia hacia los demás que son siempre característicos de las personas que proyectan el demonio en sí mismos hacia afuera, sobre otra persona, sobre el chivo expiatorio.

Ahora bien, esto convirtió a Young en un personaje muy integrado, en otras palabras, y aquí tengo que presentar una idea un poco compleja: era un hombre que estaba plenamente consigo mismo.

Habiendo visto y aceptado su propia naturaleza profundamente, tenía una especie de unidad y ausencia de conflicto en su propia naturaleza que tenía esta complicación adicional que me parece tan fascinante. Era el tipo de hombre que podía sentirse ansioso, temeroso y culpable sin sentirse culpable o avergonzado de sentirse así, en otras palabras: entendió que una persona integrada no es una persona que simplemente ha eliminado el sentimiento de culpa o el sentimiento de ansiedad de su vida, que era intrépido, inmutable y una especie de sabio de piedra.

Es una persona que siente todas estas cosas, pero no tiene recriminaciones contra sí mismo por sentirlas y esto, en mi opinión, es un tipo de humor profundo. Ya sabeis, en el humor siempre hay un cierto elemento de malicia. Hubo una entrevista en el canal de Pacifica tiempo atrás con Al Cap y él señaló que sentía que todo el humor es fundamentalmente malicioso. Ahora, el tipo de humor más elevado, es el humor hacia uno mismo: el humor verdadero no son bromas a expensas de los demás, hay bromas a expensas de uno mismo y, por supuesto, tienen un elemento de malicia.

Tiene malicia hacia uno mismo. El reconocimiento del hecho de que detrás del papel social que asumes, detrás de todas tus pretensiones de ser un buen ciudadano o un gran erudito o un gran científico o un destacado político o médico o lo que sea que seas. Que detrás de esta fachada hay un cierto elemento del vagabundo inadaptado. No como algo para ser condenado y lamentado, sino como algo que puede ser reconocido como contribuyente a la grandeza de uno mismo y a los aspectos positivos de uno de la misma manera que el estiércol contribuye al perfume de la rosa.

Jung vio esto y lo aceptó, y quiero leer un pasaje de una de sus conferencias que creo que es una de las mejores cosas que ha escrito y que ha sido algo maravilloso para mí. Fue en una conferencia dada a un grupo de clérigos en Suiza hace un número considerable de años y escribe lo siguiente:

«La gente olvida que incluso los médicos tienen escrúpulos morales y que las confesiones de ciertos pacientes son difíciles de tragar incluso para un médico, pero el paciente no va a sentirse aceptado a menos que el terapeuta también acepte lo peor de él. Nadie puede lograr esto con meras palabras. Puede darse solo a través de la reflexión y de la actitud del terapeuta hacia sí mismo y su propio lado oscuro.

Si el terapeuta quiere guiar a otro, o incluso acompañarlo un paso del camino, debe sentir con la psique de esa persona. Nunca lo podrá sentir si emite un juicio. Ya sea que exprese sus juicios en palabras o se los guarde para sí mismo, es indiferente. Tomar la posición contraria y estar de acuerdo con el paciente de improviso tampoco sirve de nada. El sentimiento vendrá sólo a través de una objetividad sin prejuicios.

Esto suena casi como un precepto científico y podría confundirse con una actitud mental puramente intelectual, abstracta, pero lo que quiero decir es algo muy diferente. Se trata de una cualidad humana, una especie de profundo respeto por los hechos, por la persona que los sufre y por el enigma que supone la vida de tal persona.

La persona verdaderamente religiosa tiene esta actitud, sabe que Dios ha hecho que sucedan toda clase de cosas extrañas e inconcebibles y busca de las maneras más curiosas entrar en el corazón del hombre. Por eso siente en todo la presencia invisible de la voluntad divina. Esto es lo que entiendo por objetividad sin prejuicios, es un logro moral por parte del terapeuta que no debe dejarse repeler por la enfermedad y la corrupción.

No podemos cambiar nada a menos que lo aceptemos plenamente. La condena no libera, oprime. Yo soy el opresor de la persona que condeno, no su amigo y compañero de sufrimiento. No quiero decir en lo más mínimo que nunca debamos emitir juicios cuando deseamos ayudar y mejorar, pero si el terapeuta quiere ayudar a un ser humano, debe ser capaz de aceptarlo tal como es y lo puede hacer, en realidad, sólo cuando ya se ha visto y aceptado a sí mismo, tal como es.

Tal vez esto suene muy simple, pero las cosas simples son siempre las más difíciles. En la vida real, se requiere la mayor de las artes para hacer que algo sea simple. Y así, la aceptación de uno mismo es la esencia del problema moral y la prueba de fuego de toda la perspectiva vital de uno mismo. Que doy de comer al mendigo, que perdono un insulto, que amo a mi enemigo en el nombre de Cristo, todas estas son indudablemente grandes virtudes. Lo que hago al más insignificante de mis hermanos, se lo hago también a Cristo. Pero qué pasa si descubro que el más pequeño entre todos ellos, el más pobre de todos los mendigos, el más insolente de todos los ofensores, sí, el demonio en persona, qué pasa si descubro que todos estos están dentro de mí, y que yo mismo soy el más necesitado de mi propia bondad, que yo yo mismo soy el enemigo al que hay que amar, ¿entonces qué?

Entonces, por regla general, toda la verdad del cristianismo se invierte. Entonces ya no se habla más de amor y sufrimiento prolongado. Le decimos al hermano dentro de nosotros, que es Indigno, y nos condenamos y nos enojamos contra nosotros mismos. Lo escondemos del mundo. Negamos haber encontrado nunca a este ser indigno entre los inferiores en nosotros mismos y aunque Dios mismo se nos hubiera acercado con esta forma despreciable, lo habríamos negado mil veces antes de que cantara un solo gallo.

La sanación puede llamarse un problema religioso. En la esfera de las relaciones sociales o nacionales, el estado de sufrimiento sostenido puede definirse como una guerra civil y este estado debe ser curado por la virtud cristiana del perdón y el amor hacia los enemigos. Lo que recomendamos con la convicción de los buenos cristianos como aplicable a las situaciones externas debemos aplicarlo también internamente en el tratamiento de la neurosis. Por eso el hombre moderno ha oído hablar bastante de la culpa y del pecado. Está muy acosado por su propia mala conciencia y quiere más bien saber cómo es reconciliarse con su propia naturaleza, cómo debe amar al enemigo en su propio corazón y llamar al lobo su hermano.

El hombre moderno no quiere saber de qué manera puede imitar a Cristo, sino de qué manera puede vivir su propia vida individual, por más pobre y poco interesante que sea. Es porque toda forma de imitación le parece adormecedora y estéril que se rebela contra la fuerza de la tradición que lo aprisionaría en caminos trillados, todos esos caminos para él conducen en la dirección equivocada.

Puede que no lo sepa, pero se comporta como si su propia vida individual fuera la voluntad especial de Dios que debe cumplirse a toda costa. De ahí su egoísmo, que es uno de los males más tangibles del estado neurótico. Pero la persona que le dice que es demasiado egoísta ya ha perdido su confianza, y con razón, pues esa persona lo ha hundido aún más en su neurosis.

Si deseo conseguir una cura para mis pacientes, me veo obligado a reconocer el profundo significado de su egoísmo. Ciertamente estaría ciego si no lo reconociera como una verdadera voluntad de Dios. Incluso debo ayudar al paciente a prevalecer en su egoísmo. Si tiene éxito, se distanciará de las demás personas, las alejará y se volverá hacia sí mismo, como debe ser, ¡porque buscaban robarle su sagrado egoísmo! Esto se le debe dejar a él, porque es su poder más fuerte y saludable.

Es una verdadera voluntad divina la que a veces lo lleva a un completo aislamiento. Por miserable que sea este estado, también le sirve de mucho, porque solo de esta manera puede conocerse a sí mismo y aprender qué tesoro invaluable es el amor de sus semejantes. Es, además, sólo en el estado de completo abandono y soledad que experimentamos la utilidad de los poderes de nuestra propia naturaleza.”[:]

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